... 1. Con estas hermosas palabras el pueblo fiel español canta su fe en la Eucaristía.
Me alegré por ello al conocer
vuestro deseo de que participase con vosotros en una adoración eucarística.
Gozoso me encuentro, junto a Jesús Sacramentado, con vosotros, miembros de la
Adoración Nocturna Española, que, con tantos otros cristianos que se unen a
vosotros en tantos rincones de España, tenéis una profunda conciencia de la
estrecha relación que hay entre la vitalidad espiritual y apostólica de la
Iglesia y la Sagrada Eucaristía.
Con vuestras veladas de
adoración tributáis un homenaje de fe y amor ardientes a la presencia real de
Nuestro Señor Jesucristo en este Sacramento, con su Cuerpo y Sangre, Alma y
Divinidad, bajo las especies consagradas.
Esta presencia nos recuerda que
el Dios de nuestra fe no es un ser lejano, sino un Dios muy próximo, cuyas
delicias son estar con los hijos de los hombres (Cf. Prov. 8,
31). Un Padre que nos envía a su Hijo, para que tengamos vida y la
tengamos en abundancia (Cf. Jn 10, 10). Un Hijo, y
Hermano nuestro, que con su Encarnación se ha hecho verdaderamente Hombre, sin
dejar de ser Dios, y ha querido quedarse entre nosotros “hasta la consumación
del mundo” (Cf. Mt 28, 20).
2. Se comprende por la fe que la
Sagrada Eucaristía constituye el don más grande que Cristo ha ofrecido y ofrece
permanentemente a su Esposa. Es la raíz y cumbre de la vida cristiana y de toda
acción de la Iglesia. Es nuestro mayor tesoro que contiene “todo el bien
espiritual de la Iglesia” (Presbyterorum
Ordinis, 5). Ella debe cuidar celosamente cuanto se refiere a
este misterio y afirmarlo en su integridad, como punto central y prueba
de aquella auténtica renovación espiritual propuesta por el último concilio.
En esta Hostia consagrada se
compendian las palabras de Cristo, su vida ofrecida al Padre por nosotros y la
gloria de su Cuerpo resucitado. En vuestras horas ante la Hostia santa habéis
advertido que esta presencia del Emmanuel, Dios-con-nosotros, es a la vez un
misterio de fe, una prenda de esperanza y la fuente de caridad con Dios y entre
los hombres.
3. El misterio de una fe, porque
el Señor crucificado y resucitado está realmente presente en la Eucaristía, no
sólo durante la celebración del Santo Sacrificio, sino mientras subsisten las
especies sacramentales.
Nuestra alabanza, adoración,
acción de gracias y petición a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, se enraízan en este misterio de fe.
Esa misma presencia del Cuerpo y
Sangre de Cristo, bajo las especies de pan y vino, constituyen una articulación
entre el tiempo y la eternidad, y nos proporcionan una prenda de la
esperanza que anima nuestro caminar.
La Sagrada Eucaristía, en
efecto, además de ser testimonio sacramental de la primera venida de Cristo, es
al mismo tiempo un anuncio constante de su segunda venida gloriosa, al final de
los tiempos.
Prenda de la esperanza futura y
aliento, también esperanzado, para nuestra marcha hacia la vida eterna. Ante la
sagrada Hostia volvemos a escuchar las dulces palabras: “Venid a mí, todos los
que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré” (Mt 11,
28).
La presencia sacramental de
Cristo es también fuente de amor. Porque “amor con amor se paga”,
decís en estas tierras de España.
Amor, en primer lugar, al propio
Cristo. El encuentro eucarístico es, en efecto, un encuentro de amor. Por eso
resulta imprescindible acercarse a Él con devoción y purificados de todo pecado
grave.
Y amor a nuestros hermanos.
Porque la autenticidad de nuestra unión con Jesús sacramentado ha de traducirse
en nuestro amor verdadero a todos los hombres, empezando por quienes están más
próximos. Habrá de notarse en el modo de tratar a la propia familia, compañeros
y vecinos; en el empeño por vivir en paz con todos; en la prontitud para
reconciliarse y perdonar cuando sea necesario. Será, de este modo, la Sagrada
Eucaristía fermento de caridad y vínculo de aquella unidad de la Iglesia
querida por Cristo y propugnada por el Concilio Vaticano II.
4. Termino alentándoos, queridos
adoradores e hijos todos de España, a una honda piedad eucarística.
Esta os acercará cada vez más al Señor. Y os pedirá el oportuno recurso a la
confesión sacramental, que lleva a la Eucaristía, como la Eucaristía lleva a la
confesión. ¡Cuántas veces la noche de adoración silenciosa podrá ser también el
momento propicio del encuentro con el perdón sacramental de Cristo!
Esa piedad eucarística ha de
centrarse ante todo en la celebración de la Cena del Señor, que perpetúa su
amor inmolado en la cruz. Pero tiene una lógica prolongación –de la que
vosotros sois testigos fieles– en la adoración a Cristo en este divino
Sacramento, en la visita al Santísimo, en la oración ante el sagrario, además
de los otros ejercicios de devoción, personales y colectivos, privados y
públicos, que habéis practicado durante siglos. Esos que el último Concilio
Ecuménico recomendaba vivamente y a los que repetidas veces yo mismo he
exhortado (Cf. Dominicae Cenae,
3; Homilía
en Dublín, 29 de septiembre de 1979).
“La Iglesia y el mundo tienen
una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este Sacramento
del Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la
contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del
mundo. No cese nunca nuestra adoración” (Cf. Dominicae Cenae,
3). Y en esas horas junto al Señor, os encargo que pidáis particularmente
por los sacerdotes y religiosos, por las vocaciones sacerdotales y a la vida
consagrada.
¡Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar!
De San Juan Pablo II, Discurso a los miembros de la Adoración Nocturna Española, en Madrid, domingo 31 de octubre de 1982.
_______________
El que desee descargar y guardar el texto precedente en PDF, ya listo para imprimir, puede hacerlo AQUÍ
blogpanisangelorum@gmail.com
Buena exortacion para poder entrar en la intimidad de nuestro Señor Jesucristo que me espeta con los brazos abiertos y que yo pueda abrirme a El confesando mis pecados. Alabado y bendito sea su Danto nombre..
ResponderBorrar