¿Cómo se manifiestan tales
deseos?
Esos santos deseos, condición de
una ferviente comunión, se han de manifestar en primer lugar desechando todo
apego al pecado venial, a la maledicencia, envidia, vanidad, sensualidad, etc....
Esta afición es menos reprehensible en un cristiano de pocas luces, que en
otros que han recibido gracias abundantes a las que no se muestran muy
agradecidos. Si tales negligencia e ingratitud fueran en aumento, harían que la
comunión fuera cada vez menos provechosa.
Para que ésta sea fervorosa, se
ha de combatir la afición a las imperfecciones, es decir a un modo
imperfecto de obrar, como acontece en los que, habiendo recibido cinco
talentos, obran como si sólo poseyeran tres (modo remisso), y apenas luchan
contra sus defectos. La afición a las imperfecciones se revela también en andar
tras ciertas satisfacciones naturales y lícitas, pero inútiles, como por
ejemplo, tomar ciertos refrigerios sin los cuales podría uno pasar. Hacer el
sacrificio de tales satisfacciones sería cosa muy agradable a Dios, y el alma,
mostrando así mayor generosidad, recibiría en la comunión gracias más
abundantes. No nos es lícito olvidar que nuestro modelo es el Salvador mismo,
que se sacrificó hasta la muerte en la Cruz, y que debemos trabajar por nuestra
salud y la del prójimo, empleando los medios de que echó mano nuestro divino
Salvador. El alejamiento del pecado venial y de las imperfecciones es, empero,
una disposición negativa.
Las disposiciones positivas para
la comunión ferviente son: la humildad (Domine, non sum dignus), un
profundo respeto a la Eucaristía, la fe viva y un deseo ardiente de recibir a Nuestro
Señor que es el Pan de vida. Estas condiciones se resumen en una sola: tener
hambre de la Santa Eucaristía.
Cualquier manjar es bueno cuando
hay hambre. Un rico, accidentalmente privado de alimentos y hambriento, se
siente dichoso si le dan un pedazo de pan negro; nunca le pareció gustar cosa
más sabrosa. Si nosotros tuviéramos hambre de la Eucaristía, sacaríamos mucho
más fruto de nuestras comuniones. Acordémonos de lo que era esta hambre en
Santa Catalina de Sena: un día que con gran crueldad le había sido negada la
comunión, en el momento que el sacerdote partía en dos la hostia de la misa, se
desprendió una partecita y milagrosamente voló hasta la Santa, en recompensa de
su ardiente deseo de recibir a Jesús.
¿Cómo llegaremos a sentir esta
hambre de la Eucaristía? Lo conseguiremos sí meditamos detenidamente que sin
ese alimento nuestra alma moriría espiritualmente, y luego haciendo con
generosidad algunos sacrificios cada día.
Si alguna vez sentimos que
nuestro cuerpo se debilita, sin dilación le proporcionamos manjares
sustanciosos que lo reconfortan. El manjar por excelencia que restituye las
fuerzas espirituales, es la Eucaristía. Nuestra sensibilidad, tan inclinada a
la sensualidad y a la pereza, tiene gran necesidad de ser vivificada por el
contacto del cuerpo virginal de Cristo, que por amor nuestro sufrió los más
terribles tormentos. Nuestro espíritu siempre inclinado a la soberbia, a la
inconsideración, al olvido de las verdades fundamentales, a la idiotez
espiritual, tiene gran necesidad de ser esclarecido por el contacto de la
inteligencia soberanamente luminosa del Salvador, que es “el camino, la verdad
y la vida”. También nuestra voluntad tiene sus fallas; está' falta de energías
y está helada porque no tiene amor. Y ése es el principio de todas sus
debilidades. ¿Quién será capaz de devolverle ese ardor, esa llama esencial para
que siempre vaya hacia arriba en lugar de descender? El contacto con el Corazón
Eucarístico de Jesús, ardiente horno de caridad, y con su voluntad,
inconmoviblemente fija en el bien, y fuente de mérito de infinito valor. De su
plenitud hemos de recibir todos, gracia tras gracia. Tal es la necesidad en que
nos encontramos de esta unión con el Salvador, que es el principal efecto de la
comunión.
Si viviéramos firmemente
persuadidos de que la Eucaristía es el alimento esencial y siempre necesario de
nuestras almas, ni un solo momento dejaríamos de sentir esa hambre
espiritual, que se echa de ver en todos los santos.
Para encontrarla, si acaso la
hubiéramos perdido, preciso es “hacer ejercicio”, como se recomienda a las
personas débiles que languidecen. Mas el ejercicio espiritual consiste, en ofrecer
a Dios algunos sacrificios cada día; particularmente hemos de
renunciar a buscarnos a nosotros mismos en las tareas en que nos ocupamos; por
ese camino irá el egoísmo desapareciendo, poco a poco, para dar lugar a la
caridad que ocupará, el primer puesto en nuestra alma; de esa manera
dejaremos de preocuparnos de nuestras pequeñas naderías, para pensar más en la
gloria de Dios y la salvación de las almas. Así volverá de nuevo el hambre de
la Eucaristía. Para comulgar con buenas disposiciones, pidamos a María nos haga
participar del amor con que de las manos de San Juan recibía la santa comunión.
Los frutos de una comunión
ferviente están en proporción con la generosidad con que a ella nos
preparamos. “Al que tiene (buena voluntad) se le dará más y nadará, en
la abundancia”, dice el Santo Evangelio (Mat., XIII, 12). Santo Tomás nos
recuerda en el oficio del Santísimo Sacramento que el profeta Elías, cuando era
perseguido, se detuvo, rendido, en el desierto, y se echó debajo de un enebro como
para esperar la muerte; y se durmió; le despertó un ángel y le mostró junto a
sí un pan cocido a fuego lento y un cántaro de agua. Elías comió y bebió, y,
con la fuerza que le dio este alimento, caminó cuarenta días, hasta el
monte Horeb, donde le esperaba el Señor. He ahí una figura de los efectos de la
comunión ferviente.
Meditemos en que cada una de
nuestras comuniones debería ser sustancialmente más fervorosa que la anterior; y
en que todas ellas no sólo han de conservarnos en la caridad, sino que han de acrecentarla,
y disponernos en consecuencia a recibir al día siguiente al Señor, con un
amor, no sólo igual, sino mucho más ardiente que la víspera. Como una piedra
cae con tanta mayor rapidez cuanto se acerca más al suelo, así, dice
Santo Tomás[1],
deberían las almas ir a Dios con tanta más prisa cuanto más se acercan a él y
son por él más atraídas. Y esta ley de la aceleración, que es a la vez ley
natural y del orden de la gracia, habría de verificarse sobre todo por la
comunión cotidiana. Y así sería si no fueran obstáculo algunas aficiones al
pecado venial o a las imperfecciones. Encuentra, en cambio, realización plena
en la vida de los santos, que en los últimos años de su vida realizan mucho más
rápidos progresos en la santidad, como se ve en la vida de Santo Tomás. Esta
aceleración fue realidad especialmente en la vida de María, modelo de devoción
eucarística; con seguridad que cada una de sus comuniones fue más fervorosa que
la precedente.
Pluguiera a Dios que otro tanto acaeciera
en nosotros, aunque sea en menor medida; y que, aunque la devoción sensible
faltare, nunca se eche de menos la sustancial, o sea la disposición del alma a
entregarse al servicio de Dios.
Como dice la Imitación de
Cristo, 1. IV, c. IV: “Pues, ¿quién, llegando humildemente a la fuente de
la suavidad, no vuelve con algo de dulzura? ¿O quién está cerca de algún gran
fuego, que no reciba algún calor? Tú eres fuente llena, que siempre mana y
rebosa; fuego que de continuo arde y nunca se apaga”.
Esta fuente de gracia es tan
alta y tan fecunda, que puede ser comparada a las cualidades del agua, que da
refrigerio, y a sus opuestas, las del fuego abrasador. Aquello que en las cosas
materiales anda dividido, únese en la vida espiritual, sobre todo en la
Eucaristía.
Pensemos, al comulgar, en San
Juan que reposó su cabeza en el costado de Jesús, y en Santa Catalina de Sena,
quien más de una vez tuvo la dicha de beber con detenimiento en la llaga de su
Corazón, siempre abierto para mostrarnos su amor. Tales gracias extraordinarias
las concede Dios, de tanto en tanto, para darnos a entender las cosas que
pasarían en nuestra alma si supiéramos responder con generosidad al divino
llamamiento.
* En “Las tres edades de la Vida Interior” (Tomo I), Ediciones Palabra, Madrid, 4ª edición, 1982; págs.483-486.
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[1] ln Epist. ad Hebr., X, 25
blogpanisangelorum@gmail.com
Acaso se puede tener más hambre y sed mientras más se come y bebe?, o es que mi pobre alma raquítica a encontrado goce insaciable, sumergida en tan sublime manjar que brota de El?🙏🏻❤️🔥🔥🔥
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