Panis vitae (fragmento)

[...]
Una de las intenciones del corazón de Jesús, al instituir el sacramento de la Eucaristía, fue que ella sea el pan celestial que conserve y aumente en nosotros la vida divina. Pero aun se propuso otro fin que completa el primero, y lo señalan estas palabras del Salvador: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí mora, y yo en él» (Juan, VI, 55). ¿Qué quiere decir la palabra “morar”?

Cuando se lee el Evangelio de San Juan –que es el que nos refiere las palabras de Jesús– se advierte que ese vocablo lo usa casi siempre para expresar la unión perfecta. Así, por ejemplo, no hay unión más estrecha que la que existe entre el Padre y el Hijo en la Trinidad adorable, puesto que entrambos, en unión también con el Espíritu Santo, poseen la misma y única naturaleza divina. Pues bien, San Juan lo expresa diciendo que “el Padre mora en el Hijo”.

Así “morar en Cristo” significa en primer lugar, tener parte, mediante la gracia, en su filiación divina; es ser una misma cosa con Él, siendo al igual que Él hijos de Dios, aunque bajo título diferente; es la unión primaria y fundamental, la que el mismo Cristo señala en la parábola de la viña: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que mora en mí y yo en él, da frutos abundantes” (ib. XV, 5).

a) Esa unión, además, no es única. “Morar” en Cristo es hacerse uno con Él en todo lo que respecta a nuestra inteligencia voluntad y acción. «Moramos» en Cristo por la inteligencia, al acatar por un simple acto de fe, puro e íntegro cuanto Cristo nos enseña. “El Verbo está siempre en el seno del Padre, ve los divinos arcanos y nos manifiesta lo que ve” (ib. I, 18). Por la fe contestamos Amén, “así es”, a cuanto el Verbo encarnado nos dice; creemos en su palabra, y de este modo nuestra inteligencia se identifica con Cristo. Pues bien, la sagrada Comunión nos hace morar en Cristo por la fe; no podemos recibirla si no aceptamos por la fe cuanto Él es y cuanto Él dice. Recordad cómo, al anunciar Jesús la Eucaristía les dice: “Yo soy el pan de vida; el que viene a Mí, no tendrá hambre y el que cree en Mí no tendrá sed jamás» (ib. VI, 35). Y al ver que los judíos incrédulos murmuran, repíteles sus palabras: “En verdad, en verdad os digo, el que cree en Mí tiene la vida eterna» (ib. VI, 47). Cristo, pues, se nos da en alimento mediante la fe, y unirse a Él es aceptar, inclinando la inteligencia ante su palabra, todo cuanto Él nos revela. Cristo es alimento de nuestra inteligencia al comunicarnos toda verdad.

b) Morar en Cristo significa también someter nuestra voluntad a la suya y hacer que toda nuestra actividad sobrenatural dependa de su gracia. Quiere esto decir que debemos permanecer en su amor, acatando reverentes su santísima voluntad. Oíd estas palabras del Señor: “Si observareis mis preceptos, perseveraréis en mi amor, así como yo también he guardado los preceptos de mi Padre, y persevero en su amor» (ib. XV, 10). Ello lo realizamos al anteponer sus deseos a los nuestros, al abrazar sus intereses, al entregarnos a Él enteramente, sin cálculo ni reserva alguna, pues no puede perseverar quien no es firme y estable, quien no deposita confianza omnímoda al igual que la esposa para con su esposo. Nunca la esposa es más grata a su esposo que cuando le confía todo, única y totalmente, a su prudencia, poder, fuerza y amor. De aquí que este pan celestial, siendo sustento del amor, conserve la vida de nuestra voluntad.

Tal es la condición divina que Cristo quiere crear en el alma del que le recibe. El Señor viene a ella para que ella “permanezca en Él”, o, en otros términos: para que, teniendo plena confianza en su palabra, se abandone a Él a fin de cumplir en todo su divino beneplácito, no teniendo en su actividad otro móvil que la acción de su Espíritu: pues, “quien está unido con Señor, es con Él un mismo espíritu” (1 Cor VI, 17).

c) Al estar unida con Cristo, el alma se hace una sola cosa con Él. Pero también Cristo se hace una sola cosa con el alma: mora en ella (Juan XV, 5). Ved lo que ocurría en Jesús, el Verbo Encarnado. Había en Él una actividad natural, humana muy intensa pero el Verbo, la persona divina, a la cual la humanidad se hallaba indisolublemente unida, era la hoguera de donde se alimentaba y de donde irradiaba toda su actividad.

Lo que Cristo anhela obrar al darse al alma es algo parecido. Sin que esta unión llegue a ser tan estrecha como la del Verbo con su santa humanidad, Cristo se da al alma por medio de su gracia y la acción de su Espíritu, para ser en ella fuente y principio de toda su actividad interior. Et ego in eo; está en el alma, mora en ella, mas no inactivo: quiere obrar en ella (ib. V, 17), y cuando el alma se entrega de veras a Él, a su voluntad, tan poderosa se manifiesta entonces la acción de Cristo, que esa alma llegará con seguridad a la mayor perfección, según los designios que Dios tenga sobre ella. Pues Cristo viene así al alma con su divinidad, con sus méritos, con sus riquezas, “para ser su luz, su camino, su verdad, su sabiduría, su justicia, su redención” (1Cor I, 30), en una palabra, para ser vida del alma, para vivir Él mismo en ella. Por esto decía San Pablo: “yo vivo, mas no yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál. II,20). El anhelo del alma amante es no formar más que una sola cosa con el amado; la Comunión, mediante la cual el alma recibe a Cristo en alimento, realiza ese anhelo, transformando poco a poco al alma en Cristo.

[...]

Del Beato Dom Columba Marmion osb, en “Jesucristo vida del alma”, Editorial Excelsa – Buenos Aires, 1946, pp. 344-347.
__________________________

El que desee descargar y guardar el texto precedente en PDF, ya listo para imprimir, puede hacerlo AQUÍ

blogpanisangelorum@gmail.com

Comentarios