El objetivo particular de esta devoción es llegar a participar del amor inmenso del Hijo de Dios que le llevó a entregarse por nosotros hasta la muerte y a darse a sí mismo en el Santísimo Sacramento del Altar. Y a pesar de la ingratitud y el desprecio, que sabía que iba a recibir en este estado de víctima inmolada hasta el fin de los siglos, nada de eso fue obstáculo para obrar este prodigio de amor. Prefirió quedarse expuesto todos los días a los insultos y oprobios de los hombres antes que dejar de manifestar hasta qué extremo nos ama.
El fin que proponemos consiste,
en primer lugar, en honrar a Cristo presente en la Sagrada Eucaristía todo lo
que nos sea posible acudiendo a adorarle con frecuencia, ofreciéndole nuestro
amor, nuestro agradecimiento y todo lo que se nos ocurra. En segundo lugar,
consiste en reparar en lo posible el trato indigno y los ultrajes que sufrió por
amor durante su vida mortal, y los que sufre ahora todos los días por amor en
el Santísimo Sacramento del Altar.
Así que, propiamente hablando,
esta devoción consiste en amar ardientemente a Jesucristo, a quien tenemos
siempre con nosotros en la adorable Eucaristía, y en manifestarle nuestro amor
con nuestro pesar por verle tan poco amado y tan poco honrado por los hombres,
intentando reparar esos menosprecios y esas faltas de amor.
Pero como, incluso en el caso de
las devociones más espirituales, siempre necesitamos objetos materiales y
sensibles que apelen a nuestra naturaleza humana, que nos aviven la imaginación
y la memoria y que nos faciliten su práctica, así, en el caso de esta devoción,
se ha escogido el Sagrado Corazón de Jesús como el objeto más digno de nuestro
respeto y a la vez el más apropiado para el fin de esta devoción.
Dice santo Tomás que el corazón
del hombre es, de alguna manera, el manantial y el asiento del amor; los
movimientos naturales del corazón imitan continuamente los afectos del alma y
sirven en no poca medida por su fuerza o flaqueza a hacer crecer y disminuir sus
pasiones. Esta es la razón por la que normalmente se atribuyen al corazón los sentimientos
más afectuosos del alma y por la que se hace tan venerable y tan precioso el corazón
de los santos.
De todo lo dicho hasta ahora, es
fácil ver qué se entiende por la devoción al Sagrado Corazón de Jesús: el amor
ardiente por Jesucristo que se forma en nosotros al hacer memoria de todas las
maravillas que ha obrado para mostrarnos su ternura, especialmente en el
Sacramento de la Eucaristía, que es el milagro del amor. También se entiende
como el pesar que sentimos a la vista de los ultrajes que los hombres hacemos a
Jesucristo en este adorable Misterio. Asimismo, como el deseo ardiente de hacer
todo lo que se encuentre en nuestra mano para reparar estos ultrajes. Esto es,
pues, lo que se entiende por la devoción al Sagrado Corazón de nuestro Señor
Jesucristo.
No se reduce solamente –como
algunos quizá podrían imaginar al ver el título– a amar y honrar con un culto
especial este Corazón de carne, semejante al nuestro, que constituye una parte
del Cuerpo adorable de Jesucristo. Y no es porque su Sagrado Corazón no merezca
nuestra adoración… Sería suficiente con decir que se trata del Corazón de
Jesucristo. Porque si su Cuerpo y su Sangre preciosa merecen todo nuestro respeto,
¿quién no ve que su Sagrado Corazón pide, aún más particularmente, que le respetemos
y veneremos? Y si nos sentimos tan fuertemente atraídos por sus llagas sagradas,
¿cuánto más nos debemos sentir penetrados de devoción hacia su Sagrado Corazón?
Lo que queremos dejar claro es que la palabra corazón se usa solo en un sentido
figurado, y que este Divino Corazón, considerado como una parte del Cuerpo adorable
de Jesucristo, no es, propiamente, otra cosa que el objeto sensible de esta devoción
y que el inmenso amor que Cristo nos tiene es su principal motivo. Como el amor,
al ser algo espiritual, no puede hacerse perceptible a los sentidos, ha sido conveniente
buscar el símbolo. ¿Y qué otro símbolo puede ser más propio y natural del amor
que el corazón?
Por esta misma causa, la Iglesia
nos ha dado un objeto sensible de los sufrimientos del Hijo de Dios, que no son
menos espirituales que su amor. La Iglesia nos presenta las sagradas llagas de
Jesucristo como devoción particular de su Pasión. Asimismo, la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús es más afectuosa y ardiente con Cristo en el Santísimo
Sacramento al considerar el amor tan grande que nos muestra en la Eucaristía, y
nos inflama a reparar los desprecios que los hombres hacen a Jesús[1].
Y, ciertamente, el Sagrado
Corazón de Jesús es el amor hacia el cual se quiere inspirar, mediante esta
devoción, sentimientos de gratitud, igual que sus sagradas llagas inspiran
otros sentimientos como objetos sensibles de los sufrimientos de Jesús.
La devoción al Sagrado Corazón
de Jesús no es una novedad pues muchos santos la han vivido. Asimismo, la Santa
Sede autorizó bajo el título de Sagrado Corazón de Jesús esta devoción.
Clemente X, en una bula del 4 de octubre de 1674, concede indulgencias a una
congregación del Sagrado Corazón de Jesús. También, el papa Inocencio XII concedió,
por un breve expreso, indulgencia plenaria a quienes practicaran la devoción al
Sagrado Corazón.
Pero no es necesario exponer
cien razones que demuestren la solidez de esta devoción; basta con decir que el
motivo principal es el amor que Jesucristo nos tiene, cuya prueba la
encontramos en la adorable Eucaristía. Otro motivo es reparar el desprecio que
se le hace al Señor; y, también, que el Sagrado Corazón de Jesús, abrasado de
amor, es el objeto sensible. Por último, hay que mencionar que el fruto de la devoción
al Sagrado Corazón debe ser un amor ardiente y tierno a nuestro Señor.
* Del P. Jean Croiset S.J. (Director espiritual de Sta. Margarita María de Alacoque), en «La devoción al Sagrado Corazón de Jesús», Ed. Didacbook, Úbeda, Jaén, España – 2016.
[1] La devoción a la Eucaristía y la devoción al Sagrado Corazón no solo son hermanas, sino que se trata de una misma y única devoción. Una completa a la otra y la ayuda a desplegarse; están tan unidas, que una no puede ir sin la otra, y su unión es absoluta. No solo no pueden ser perjudiciales entre sí, sino que, al completarse y perfeccionarse, también hacen que crezcan a la vez de modo recíproco.
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