Pregunto de nuevo al Evangelio,
el gran descubridor de los secretos del Sagrario, y me responde que ésa es otra
de las constantes ocupaciones del Corazón de Jesús en él.
¡Escuchar siempre! Yo invito a
los hombres, a quienes aún les queda un poquito de corazón para sentir y
agradecer, a que se fijen en lo que significa esa ocupación del Corazón de
Jesús que me ha descubierto el Evangelio.
Primeramente fijaos en que no
digo oír, sino escuchar, que es oír con interés, con atención, con gusto.
Y después, en que añado esta
palabra: siempre.
Mirad tres cosas que no las hace
nadie en el mundo: escuchar siempre, escuchar a todos y escuchar todo.
Ni el curioso fisgón, por más
interés que tenga en enterarse de todo, ni el amante más firme, por más deleite
que tenga en oír hablar a quien o de lo que ama, pueden llegar a poseer toda la
fuerza de cabeza, de corazón y hasta de sensibilidad que se necesita para
escuchar siempre, a todos y todo.
Y sin embargo nuestra
sensibilidad, nuestro corazón y nuestra cabeza reclaman, piden con exigencia
siempre un oído benévolo.
Decidme que hay un hombre de
saber que no encuentra oídos que recojan sus enseñanzas, que hay otro de
corazón ardiente que no halla quien quiera recoger sus cuitas, y que hay otro
que sufre enfermedades y quebrantos sin poder depositar el ¡ay! de su lamento
en un oído compasivo, y yo os diré que ese sabio y ese enamorado y ese dolorido
no escuchados, son los hombres más desgraciados de la tierra.
La soledad, la aterradora
soledad, perdería la mitad por lo menos de sus temores si los que la sufren
encontraran quien se pusiera a escucharlos.
Almas ganosas de practicar la
caridad, ¿no os habíais parado a meditar en el bien que podríais hacer sólo
poniendo vuestro oído a disposición de los desgraciados?
Pero ¡qué pena!, la experiencia
me ha llevado a hacer un balance entre dolores y alegrías, cariños y odios,
anhelos y temores que contar, y oídos que se pongan a escuchar y he deducido que
hay un gran exceso de aquéllos sobre éstos.
¡Qué bien se entiende ahora la
exclamación de los libros santos repetida bajo mil formas: Escúchame: ¿a quién
iré, Señor, que me escuche?, ¡y qué bien se entiende así la ocupación del
Corazón de Jesús que me descubría el Evangelio: escuchar siempre!
Sí, sí, sabedlo bien, almas que
tenéis que contar y no encontráis quien os escuche, sabed que en el Sagrario
hay quien escuche siempre, a todos y todo.
Y así sigue viviendo en el
Sagrario: escuchando a todos y todo.
Con una gran diferencia entre su
manera de escuchar y la que suelen tener los hombres; éstos acostumbran a
escuchar sólo con el oído, a lo más con la cabeza.
El Jesús de nuestro Sagrario
escucha con su oído, porque lo tiene para eso, y con su cabeza, porque siempre
atiende y entiende, y sobre todo con su Corazón..., ¡porque ama...!
Y ¡pensar que en muchos
Sagrarios no hay quien le hable...! ¡Qué bueno es!
¡Qué bueno es!
¡Madre Inmaculada, ángeles del
Sagrario, hablad mucho al oído de vuestro Jesús en esos Sagrarios de tan
doloroso silencio!
* San Manuel González en «¿Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario?».
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